AL VUELO-Estrellas

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No. Hoy no voy a hablar de las estrellas que tiran los narcos en las calles.

La columna de hoy está dedicada, como un homenaje imperecedero, a los tres cantantes más grandes que ha tenido nuestro país: Jorge Negrete, Pedro Infante y Javier Solís.

Había un programa por allá, en la década de los setentas u ochenta que se llamaba precisamente: “Tres Estrellas en el Cielo” y tocaban puras rolas de ellos.

Era la época de oro de la música mexicana.

Corrían los año cuarenta, cuando se consolidó la figura y la voz del charro cantor, Jorge Negrete (1911-1953).

Fue uno de los primeros que provocaba tumultos en sus presentaciones, gracias a su varonil presencia y a su potente voz de tenor.

Durante al menos una década fue el indiscutible rey del espectáculo en México, hasta que emergió el carismático Pedro Infante (1917-1957).

Ambos compartieron el escenario nacional en la cima del éxito, sobre todo, cuando interpretaron la inmortal película “Dos Tipos de Cuidado”.

Negrete Murió a los 44 años; Infante, a los 40. Muy jóvenes, con mucho que aportar todavía, tanto en el cine, como en la radio y en la televisión.

Si bien es cierto que por ahí anduvo un viejito desangelado que se hacía pasar por el “Ídolo de Guamúchil”, la verdad es que aquel accidente de aviación en Mérida truncó la vida del que ha sido tal vez el máximo exponente de la música vernácula mexicana, y el que más cariño ha recogido del pueblo mexicano.

Por ese motivo, cuando ambas estrellas se apagaron, la gente dudaba mucho que llegara a emerger un nuevo astro en el firmamento de la música mexicana.

Pero allá, en el año 1953, se perfilaba alguien más, con una voz irrepetible, mezcla de la potencia de Jorge Negrete y la suavidad y sentimiento de Pedro Infante.

Javier Solís (1931-1966) fue el digno heredero de aquellos grandes intérpretes. Como sus dos antecesores, también falleció muy joven… de 35 años.

Sin embargo, a pesar del poco tiempo que estuvo entre nosotros, nos ha dejado un legado musical que fue reconocido en su momento a nivel mundial, y que actualmente las nuevas generaciones empiezan a redescubrir.

La tonalidad, el color y tesitura de su voz es insuperable.

Después de su visita a Nueva York para promocionar uno de sus discos, pudo saludar a la leyenda americana Frank Sinatra.

Meses después un periodista le preguntó a Sinatra cuál cantante tenía la mejor voz del mundo y éste les contestó: “El mejor cantante está en México, y se llama Javier Solís”.

Desde mi muy modesto punto de vista, Javier Solís (su verdadero nombre fue Gabriel Siria Levario) es el Tesla de la música mexicana.

Su disquera, antes de que muriera por complicaciones de una operación de la vesícula biliar, ya se había prevenido, e impulsó a otro artista que tenía una voz, menos privilegiada, pero que también interpretaba boleros rancheros: Jorge Valente. “Por si se nos muere Javier Solís”,-decían.

A la fecha no ha surgido en el cielo de la música mexicana la Cuarta Estrella.

Vicente Fernández no se acerca ni siquiera un tantito a la calidad interpretativa de Negrete, Infante y Solís.

Tal vez, por la riqueza de sus tonalidades, José José pudo ganarse ese lugar, pero siento que le faltó algo.

Vaya pues, mi apología, para los tres inmortales de la música mexicana y su legado que perdurará por siempre.

Los dejo con el refrán estilo Pegaso: “Tú no interpretas erróneamente las vernáculas”. (Tú no cantas mal las rancheras).